NUESTROS ESCRITORES

Pescador de recuerdos

Pescador de recuerdos

Por Beatriz del Rosario Garay

Cada mañana, luego de dejar a sus niños en la escuela, atravesaba la calle Del Arca, que rodea la costanera de San Fernando para ir a su trabajo. Lo hacía con su bicicleta roja, pedaleando con fuerzas. Para Etelvina la vida era urgencia, compromiso, siempre llevando como estandarte su mirada en lo simple que muchas veces se convertía en profundo. En ese ir y venir a su trabajo veía a aquel hombre mayor que cruzaba la calle llevando una reposera, una caña de pescar y una boina color marrón. Cuando ella regresó de su trabajo, entrada la tarde, este hombre seguía allí sentado detrás de las gruesas barandas, cerca de la orilla mirando el río. Nada tenía de extraordinario ver a un hombre sentado a orilla del río, lo que sí extrañaba a Etelvina, era verlo siempre en la misma posición, como si fuese una figura tallada en madera.

La rutina y el cansancio se repetían en aquellos pedales, que cortaban el espacio cada día, y también aquella postal de ese enigmático hombre. Septiembre, se acercaba con su brisa cálida. Aquella costanera abrazada por los árboles con pequeños brotes, el río manso salpicando su costa, las embarcaciones surcando su cauce con el vaivén de sus aguas, y los turistas y vecinos que se acercaban a disfrutar del lugar, anunciaban la temporada de visitantes. Aquella calesita apostada en la entrada se preparaba para comenzar a girar, llevando risas y ternura a manos llenas, Alexis Trocotolis, el calesitero preparaba el lugar con mucha dedicación. Los pájaros revoloteaban sobre ella, con la certeza que allí encontraría migajas para su sustento.

Un día, no como cualquier otro porque ese día Etelvina sintió la necesidad de acercarse a aquel hombre, tal vez por curiosidad o por intuición de descubrir algo en él. Así fue que aquel día, cuando regresaba de su trabajo, bajó de su bicicleta y se dirigió donde este estaba. ¡Buenas Tardes! -dijo sonriendo Etelvina ¿Se pesca mucho aquí? -agregó sonriendo, como para comenzar una conversación. Este hombre se levantó suavemente de su reposera, se lo notaba vulnerable y débil, se sacó su gorra marrón e inclinó su cabeza como señal de cortesía y le respondió. “No lo sé señorita, no vengo a pescar”. La sorpresa se hizo notar en la cara de Etelvina, y como para corroborar lo que había dicho, el señor levantó la caña de pescar mostrando que no tenía anzuelo, y con voz suave y pausada, como quien reza una letanía, le contó que en este lugar se dieron el primer beso con Luisa, que sería su esposa por cuarenta años, y desde que ella murió, él viene todos los días a revivir recuerdos.

Etelvina levanto su brazo y se despidió. Comenzó a caminar por aquella costanera llevando su bicicleta a su lado. Sintió un soplo de ternura en su pecho, una lágrima se anunciaba. Se sentó en un banco de cemento y dejó que su mirada descansara por un rato en aquel río. El bullicio, los días luminosos daban un marco colorido a la costanera, que Etelvina con su bicicleta atravesaba todos los días con la cotidianeidad en sus pedales.

De pronto noto que aquel enigmático hombre ya no estaba sentado en aquella orilla. Pasaban los días y la mirada de Etelvina se perdía en el vacío. Así como aquel día sintió la necesidad de acercarse y saludarlo, ahora sentía que nunca más lo vería en aquel lugar porque ya estaba descansando junto a Luisa en un cielo prometido.

Algo había cambiado en ese ir y venir de Etelvina por la costanera, ahora cada vez que pasaba por allí, aminoraba la marcha, lo hacía suavemente como quien pasa por un templo sagrado. Quizá para Etelvina lo fuese. Su pecho se llenaba de emoción al recordar aquel anciano sentado a orilla del río recordando el primer beso que lo uniría a un amor eterno, Algo que Etelvina no había tenido la dicha de conocer.

Sobre la autora

Beatriz del Rosario Garay nació en el Paraná Miní, en el Delta de San Fernando. Cuando se casó se mudó al continente, donde vive desde hace 42 años. Es ama de casa, jubilada, tiene tres hijos y dos nietas. Hace seis años comenzó a escribir, dice que lo hace de manera “amateur” y que como le gusta leer y escribir trato de ir a todos los talleres literarios que se ofrecen.

Tiene una gran pasión: escribir sobre el río y sobre San Fernando. “Me encanta”, dice.

La obra según su autora

Amo el río. Siempre escribo sobre el río, las lanchas, la costa, las madreselvas, todo lo que sea autóctono. Debe ser por mis orígenes.

Me inspiré en la costanera porque mi esposo hace siete años que partió y en la última etapa, mi hijo nos llevaba en el auto a recorrer ahí, tomar el heladito. Entonces inventé toda una historia de Etelvina, del beso, de un amor eterno.

Creo que en todo eso hay un poquito de mi vida, de mi marido y mía, una historia de amor romántico, inspirado en el tema del río que me apasiona.

*El presente cuento fue preseleccionado en el certamen ‘Te cuento San Fernando’ que organizó San Fernando Nuestro al cumplir el décimo aniversario del medio. La obra forma parte del libro digital que recopila las obras preseleccionadas en los concursos de fotografía y relatos breves. El trabajo se puede descargar en forma gratuita desde el siguiente link


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