OPINIÓN

El maestro como isla

Por Lola Virginia Correia d’ Albuquerque (*)

Estamos frente a un problema que nos atraviesa a todos. Un problema de tal magnitud que no podemos palparlo. Un problema que aparece en forma de preguntas; ¿Cuál es nuestro ideal de maestro? y ¿Qué es un buen docente para nosotros? Claro está, no existe una única respuesta, no existe un único camino. Sin embargo, mi objetivo es abordar una de esas respuestas. Mi propósito es pensar en torno a una posible respuesta; aquella que piensa al maestro del nivel primario como el maestro-apóstol. El maestro que todo lo puede.

El modelo de maestro-apóstol surge a finales del siglo XIX, cuando nuestro país comenzaba a sentar las bases de un Estado-nación. Es en ese periodo de conformación en el que el Estado requería de la educación como un pilar, en particular, de la educación primaria. Con la influencia de las ideas sarmientinas, el sistema educativo fue un sustento para hacer posible el proyecto político de forjar una nación. Y así, poco a poco, comenzaron a construirse narrativas y mitos que operaron en el imaginario colectivo y permitieron crear una identidad común. Tengamos presente lo dificultoso de esta empresa: lograr lo común en un país con una gran proporción de inmigrantes. La realidad es que no existía una cultura homogénea, por el contrario, nuestro país albergaba esa diversidad de tradiciones e identidades. Ante tal desafío de cultivar un sentido de pertenencia; la profesión docente se dotó de grandeza, tal como señala Blas Antonicelli (2002). Y la profesión comenzó a pensarse como un apostolado. De esta manera, la tarea del maestro se convierte en una misión; la de sentar las bases de lo común frente a lo diverso y la de transmitir valores y tradiciones en crecimiento.

Hasta aquí, he planteado el problema desde sus orígenes históricos, pero lo que realmente importa es: ¿aún quedan rezagos de esa visión de docente en nuestro presente?. Este modelo ha quedado impregnado en la conciencia de muchos de nosotros. La fuerza de esa narrativa funcional al proyecto político de principios del siglo XIX aún pervive. Hoy, el ideal de maestro apóstol está más vivo que nunca; con un contexto de desigualdad, de pobreza, de marginalidad, o de “grieta”, como escuchamos constantemente en los medios de comunicación.

Ante condiciones económicas, sociales y políticas signadas por la desigualdad es que adquiere fuerza la idea de un docente que transmite el ejemplo y convierte a las almas de los niños con su auténtica moral. Un docente que es digno de imitar y que puede cerrar esa “grieta”. En otras palabras, este modelo lo que hace es asignarle la responsabilidad a los maestros de todos los problemas que nos parecen relevantes como sociedad civil. De este modo, el docente tiene la misión de resolver las “urgencias”, y en el caso de que no lo logre, será culpado; dado que no pudo resolver problemas sociales, económicos y políticos.

El modelo de maestro apóstol surge como un modo de suplir aquello que el Estado, la sociedad civil, las organizaciones privadas, las familias, para solo mencionar algunos actores, no pueden. Porque su ejemplo y su accionar llegan a lugares donde el Estado y otros agentes brillan por su ausencia. El maestro apóstol es aquel que con su vocación puede hacer frente a cualquier batalla: la falta de recursos, las escuelas en mal estado y en el 2021 incluso podemos hablar de un problema que ha existido siempre pero que ahora es imposible de ignorar, la falta de conectividad.

Resulta fundamental reflexionar sobre nuestros ideales de docentes. Hay quienes piensan que el docente debe tener vocación. Quienes se posicionan en dicha retórica afirman que enseñar es una entrega desinteresada hacia el otro. Así, nuevamente se cae en una visión de la docencia como apostolado. Y el hecho de concebir al docente como un sujeto que debe “sacrificarse” impacta sobre la realidad de quienes ejercen. Al adoptar esta mirada, se puede permitir que el docente sacrifique por ejemplo (para solo mencionar un caso); su estabilidad económica.

Fuente: Archivo Literario

Ante esto, considero necesario pensar sobre nuestras creencias y sobre su funcionalidad, es decir, sobre su consecuencia en el sistema educativo. El hecho de pensar a los educadores como apóstoles tiene un efecto real. Nuestras creencias tienen un correlato en nuestra manera de tomar decisiones educativas. Si creemos que el docente puede encargarse de todo, es probable que ignoremos la responsabilidad estatal y cívica. Al repensar nuestras teorías implícitas es que podemos pensar en la profesionalización docente. Reflexionar sobre nuestros modelos fundacionales nos permite ver cuál es el horizonte hacia el que queremos llegar. Pienso en un horizonte en el que el docente no reciba mochilas que no le corresponden. El docente no puede servir como un chivo expiatorio cada vez que un problema no se soluciona. El docente no puede solucionar los problemas ambientales, la falta de educación sexual, la violencia creciente en nuestra sociedad y los problemas financieros. Claro que brindar educación sobre estos temas colabora y es parte de la solución, pero este no puede ser el único canal de acción.

A modo de cierre, quiero retomar mis preguntas iniciales, considero que nuestros modelos ideales de docentes se ven signados por la cultura en la que estamos inmersos, se requiere de un cambio cultural para revalorizar la función docente y abandonar discursos funcionales y utilitarios. Para alcanzar la profesionalización, un primer paso es colocar sobre la mesa nuestras concepciones, prejuicios, creencias, entre otras cosas sobre lo que significa ser un “buen” docente para cada uno de nosotros. De ese modo es que se vuelve posible comenzar a construir sentidos desde lo colectivo y revalorizar el arte de enseñar. No solo se trata de contribuir a través de la construcción de sentidos, también es posible contribuir mediante canales concretos, pensando en ¿Qué debería estar haciendo el Estado y no está haciendo?; ¿Qué deberían estar haciendo las familias?; ¿Qué debería estar haciendo la comunidad? y ¿Por qué el maestro apóstol es funcional a los intereses de las altas esferas? Así, desde la iniciativa ciudadana es posible denunciar la falta de intervención y la falta de apoyo hacia las escuelas.

Pienso en desafiar nuestro sentido común porque cuando no reflexionamos sobre nuestro pensar y nuestro accionar es porque alguien lo está haciendo por nosotros.

(*) Estudiante de Ciencias de la Educación en la Universidad de San Andrés


  1. D. Bouquet
    D. Bouquet 2 julio, 2021, 04:15

    Excelente texto, creo que hace rato nos debemos como sociedad la tarea de pensar, no solo el rol docente, sino el de la educación en general. Este es un interesante aporte para comenzar a hacerlo…

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