OPINIÓN
Ciencia y creatividad
Por Melina Furman*
Marisol está sentada sobre páginas de diarios en una de las puertas de la estación Congreso de la línea D de subtes, en Buenos Aires. Tiene un cartel de cartón escrito con letras torcidas que dice “Necesito ayuda” y una de sus manos bien extendida. Tiene frío. Casi todas las personas que entran o salen del subte pasan rápido sin mirarla. Algunas, muy pocas, se acercan a hablarle o le preguntan qué le ocurre.
Pareciera una situación cotidiana, y en muchos sentidos lo es. Pero la primera sorpresa a la que nos enfrentamos es que Marisol no es una persona en situación de calle sino una alumna universitaria que está haciendo un trabajo de investigación para una materia universitaria. La segunda sorpresa es que Marisol no estudia sociología ni antropología, sino una Licenciatura en Relaciones Internacionales. Algunos de sus compañeros de curso están filmando toda la situación, pero escondidos atrás de un puesto de diarios y tomando nota de lo que sucede. Ellos tampoco van a dedicarse a la investigación en su camino profesional. Dicen que van a ser abogados, contadores, licenciados en Comunicación, etc.
Experiencia. No es novedad que los grandes desafíos que nos presenta nuestra época requieren, tal vez más que nunca, que las futuras generaciones potencien sus capacidades creativas. Pero educar para la creatividad pareciera ser una meta difusa, tan etérea como la creatividad misma. En esa búsqueda hace seis años iniciamos una experiencia educativa en el nivel universitario que llamamos, informalmente, “Ciencia para no científicos”. Se trata de una materia obligatoria destinada a estudiantes que cursan los primeros años de carrera y que, como Marisol y sus compañeros, van a seguir profesiones en principio no relacionadas con las ciencias.
¿Qué tiene que ver el pensamiento científico con la creatividad? Muchísimo más que lo que habitualmente suponemos. El pensamiento científico tiene como punto de partida la búsqueda creativa de soluciones a preguntas intrigantes y desafíos no resueltos. Es una búsqueda colectiva, habitualmente interdisciplinaria, a veces caótica, jamás prolija, y que requiere la posibilidad de mirar una cuestión con ojos preguntones, con ganas de entender mejor el mundo.
Educación formal. Empezamos la materia con la convicción institucional de que la maravillosa combinación de curiosidad y capacidades analíticas que hacen al pensamiento científico resulta fundamental para cualquier camino profesional, especialmente para el de aquellos estudiantes que no van a ser científicos. Apuntamos a formar en los alumnos una matriz de pensamiento creativo y, al mismo tiempo, rigurosa porque entendemos que resulta indispensable para sus vidas futuras. Y aquí la investigación educativa es contundente: esas herramientas de pensamiento no se desarrollan espontáneamente. Si nadie nos las enseña, ni en la educación formal ni fuera de ella, simplemente no las aprendemos.
Lamentablemente, la escuela no está haciendo un buen trabajo en este sentido. No es casualidad, entonces, que nuestra población adulta, incluso la universitaria, carezca de una mirada científica del mundo.
En esta materia los alumnos, divididos en grupos, tienen la tarea de formular preguntas propias sobre temas que les resulten intrigantes. Acompañado por los docentes, cada grupo va avanzando en el diseño y la implementación de una investigación metodológicamente válida para responder a su pregunta. Algunos interrogantes apuntan a cuestiones curiosas de la vida cotidiana, como la que se hizo un grupo de alumnos que salió a recoger datos en un gimnasio: ¿en qué medida influye la cercanía del profesor cuando hacemos ejercicio físico? ¿Nos ayuda si está cerca alentándonos a que sigamos para mejorar nuestro rendimiento o es mejor que nos deje tranquilos? Otras, por su parte, ponen el acento en la posibilidad de generar cambios concretos, como la de un grupo que analizó con niños de distintas escuelas la siguiente pregunta: ¿qué metodologías de enseñanza ayudan a los alumnos a mejorar su comprensión de lectura? Algunas, como la de Marisol, se preguntan por temas más complejos que hacen a nuestros vínculos con los otros.
Equipo. Al comienzo, el desafío de formular una pregunta propia que resulte válida de investigar es monumental para los alumnos, en tanto la abrumadora mayoría rara vez tuvo la posibilidad de hacerlo en sus años de escuela. Y lo mismo sucede con cada etapa de la investigación, que requiere un alto grado de acompañamiento por parte de los docentes. Sin embargo, y tal vez por eso mismo, los resultados son sumamente potentes: nuestras evaluaciones muestran que los alumnos desarrollan no sólo capacidades de razonamiento sino una mirada fortalecida sobre sus propias posibilidades de entender e incidir sobre la realidad.
Después de analizar sus resultados, el grupo que integró Marisol, aquella chica que estiraba su mano en la puerta de una de las entradas de la línea D de subtes, llegó a algunas conclusiones que los dejaron impactados. Las personas de menores recursos económicos fueron las que más se acercaron a ayudarla. Las mujeres, en tanto, resultaron más solidarias que los hombres. Y los jóvenes, más que los adultos. En su caso, ponerse en los zapatos de una investigadora que analiza la realidad con ojos propios la ayudó, también, a replantearse cosas sobre sus propios valores y a cuestionar su propia mirada del mundo.
* Melina Furman. Profesora e Investigadora de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés y es Investigadora Asistente del CONICET. Coordina el Área de Mejora Académica en Ciencias Naturales del Proyecto Escuelas del Bicentenario (IIPE-UNESCO y Universidad de San Andrés) y es coautora del Diseño Curricular de Biología para la Educación Secundaria Básica de la Provincia de Buenos Aires.
Fuente: http://udesa.edu.ar/medios/melina-furman-ciencia-y-creatividad