NUESTROS ESCRITORES

A viva voz

A viva voz

Por Mónica Silvina Cancelo

Caminé desde Canal hasta la puerta del teatro de la Sociedad Italiana. Solo me crucé con un señor que paseaba a su perro y con una parejita que caminaba de la mano. Siempre me sorprende ver como se vacía de rápido Constitución cuando cierran los negocios.

En las puertas del teatro había pegadas fotos de los actores. Me detuve frente a la de Camila. Aparecía de perfil, hermosa, joven, el pelo negro cayéndole sobre un hombro. Me pregunté si alguien le habría dicho lo bonita que salió. Supuse que sí, igual pensaba decírselo.

En cuanto abrieron las puertas de la sala, entré. Ocupé mi asiento y me puse a leer el programa. En la tapa decía: “A viva voz, poesía y teatro leídos”. Lo abrí y busqué a Camila: “Esta joven artista sanfernandina inició sus estudios en la escuela….

La palabra escuela me llevó atrás en el tiempo, me trajo la imagen de una pequeña Camila con guardapolvo blanco, peinada con dos colitas o una larga trenza. Tenía el carácter alegre y una determinación capaz de mover montañas.

Como cuando decidió que podía viajar sola, tenía apenas 12 años. Su mamá tenía mucho miedo, pero las maestras de la escuela nos comprometimos a acompañarla y enseñarle a viajar. Enseguida demostró que podía manejarse sin problemas. Su mamá la acompañaba hasta la parada del 710, a pocas cuadras de su casa. Varios compañeros subían un poco después así que bajaba con ellos. A la vuelta le indicamos que pidiera ayuda para no pasarse, pero no hacía falta. Era tan sociable que a los pocos días todos los choferes la conocían y la guiaban.

—Permiso− una señora me trajo de regreso al teatro. La dejé pasar.

Volví al programa para leer las palabras de Camila: “Este espectáculo es un homenaje a la literatura. A mí la palabra escrita me abrió una puerta de escape a la oscuridad. Desde que aprendí a leer no he podido parar de hacerlo”.
Recordé cuando comencé a enseñarle a leer y escribir. Al principio le costó tanto, no podía quedarse quieta, sus manos tocaban todo lo que estaba a su alcance, el menor ruido la distraía. En cambio, era otra persona cuando alguien le leía un cuento: los oídos atentos, la emoción siempre lista a flor de piel. Entonces empecé a llevar a clase cada vez más libros. Le expliqué que yo no podría leérselos todos, pero si ella ponía esfuerzo en aprender las letras iba a poder descubrirlos. Su actitud cambió.

Nunca voy a olvidar el día en que toda la escuela participó de la Maratón de Lectura en la Biblioteca Madero. Ella llevó para leer una poesía de Nicolás Guillén. Se paró delante de todos y su voz de ocho años recién cumplidos resonó fuerte y clara. Ese día cosechó felicitaciones, besos y sus primeros aplausos.

Un día cambió las colitas por unas rastas, había entrado en la adolescencia. “Me las hice en la plaza, seño. Mi mamá puso el grito en el cielo, no le gusta mucho que vaya a la feria, pero yo voy casi todos los sábados. Los artesanos, mi vieja les dice esos hipones, me conocen. Amo el olor del puesto de sahumerios. Rosita me hizo las rastas, también me está enseñando a tejer al crochet. “Difícil pero no imposible”, como dice mi papá. Crecer no fue fácil para ella y las letras fueron su refugio; me pedía especialmente libros de poesía.

De pronto se apagaron las luces y se levantó el telón, sobre el escenario había tres sillas ubicadas en semicírculo con un atril negro cada una. Detrás de la del medio Camila se encontraba parada vestida de blanco con ambas manos apoyadas en el respaldo. Mientras rodeaba lentamente la silla comenzó a recitar de memoria:

“No te quedes inmóvil
al borde del camino”

Se ubicó cerca del atril, con el texto al alcance de sus manos. Luego hicieron su entrada los otros dos actores en medio de un escenario en penumbras. Mientras iban hacia sus lugares cada uno recitó una parte del poema de Mario Benedetti.

Se sentaron, uno acomodó la silla de Camila y aprovechó para decirle algo al oído, me pregunté si le estaría comentando lo llena que esta la sala. Ella sonrió.

Uno de los jóvenes leyó a Neruda, el otro a Thenon, Camila un poema de Pizarnik…

Pronto cayó el telón, cuando volvió a levantarse los tres ya estaban sentados. El escenario se encontraba en penumbras y un haz de luz iluminaba a Camila y a uno de sus compañeros. La voz de él irrumpió en la sala arrogante, imperiosa, le respondió una mujer de modales sumisos. La magia había comenzado, por un rato no serían ellos sino Otelo y Desdémona, todos viviríamos el amor y la tragedia. A Shakespeare le siguieron fragmentos de otros autores. Cuando terminaron, los jóvenes se levantaron tomados de la mano y saludaron con una reverencia. Cayó el telón, pero seguimos aplaudiendo, algunos de pie, hasta que volvió a levantarse.

Entonces uno de los jóvenes comenzó a recitar “Canción de cuna para despertar a un negrito”, le siguieron Camila y luego el otro. Mientras la música del poema de Guillen lo inundaba todo, cerré los ojos y volví a ver a la pequeña Camila leyendo en la Biblioteca Madero.

Nuevamente el silencio. Me puse de pie y aplaudí como nunca antes en mi vida. No me preocupé por las lágrimas. Alguien alcanzó un ramo de rosas a Camila, ella las olió. Los tres artistas tomaron de los atriles los textos y comenzaron a retirarse, Camila del brazo de uno de ellos. Observé el libro de ella, que era mucho más grueso que los otros, y sonreí al recordar cuantas veces se había quejado porque el Braille ocupa mucho espacio.

Sobre la autora

Mónica Silvina Cancelo es sanfernandina “por elección”, dice. Eligió vivir en San Fernando hace 12 o 13 años. “Si bien llegué por una necesidad, para estar más cerca de mi trabajo, terminé queriendo mucho este lugar y no queriendo irme”, agrega.

Es docente jubilada y narradora oral. Hace 10 años que trabaja contando cuentos en la zona.

La obra según su autora

El relato que elegí para participar en este concurso, lo escribí a partir de mi experiencia como docente de educación especial, no es un relato real, o sea, las cosas que allí aparecen no sucedieron, pero sí están basadas en muchas experiencias que tuve durante mis años como maestra y profesora de discapacitados visuales.

Quiero aprovechar para agradecer mucho por este concurso, por haber podido participar, ha sido una experiencia muy grata.

*El presente cuento fue preseleccionado en el certamen ‘Te cuento San Fernando’ que organizó San Fernando Nuestro al cumplir el décimo aniversario del medio. La obra forma parte del libro digital que recopila las obras preseleccionadas en los concursos de fotografía y relatos breves. El trabajo se puede descargar en forma gratuita desde el siguiente link


Sin Comentarios

Escribí un comentario
Todavía no hay comentarios! Vos podés ser el primero en comentar este post!

Escribí un comentario

Tu e-mail no será publicado.
Los campos obligatorios están marcados con*


3 + = 6