OPINIÓN

Sueños que quedaron en el camino: a tres años del asesinato de Braian Fillip

Sabrina

Por Sabrina García

A tres años del homicidio de Braian Fillip, compartimos una crónica narrativa sobre el día en el que se dictó la pena de prisión perpetua (18/10/2021) para los acusados, Nelson Roswil Belisario Bolivar y Luis María Lemez por considerárselos autores materiales del aberrante crimen ocurrido en Victoria.

Loredana camina hacia la pared en donde está pegado un afiche con la foto de Braian, su hijo asesinado en 2019 y por quien reclama justicia. Apoya su cuerpo en el muro del frio mármol, estira sus brazos y con ambas manos acaricia con frenesí el papel. Pareciera estirar la imagen con fuerza, quizás queriendo que salga de allí y tome la forma de la persona a quien le habla: “Se hizo justicia”, grita.

La escena se presenta en las puertas de Tribunales de San Isidro. En la zona norte de la Provincia de Buenos Aires y a 28 kilómetros del Obelisco.

Dos mujeres que caminan por la vereda se detienen, miran la escena, se preguntan qué pasó. Loredana sigue gritando tan fuerte que hasta se le llega a ver la garganta. Es un grito cargado de dolor que sale desde las entrañas: “Se hizo justicia hijo. ¡Perpetua!”. Las mujeres se emocionan y lagrimean. Entre ellas comentan y entienden todo. Se solidarizan con el dolor de la familia.

Hace dos años y casi nueve meses que Loredana asiste semanalmente a la fiscalía, se reúne con su abogado, hace anotaciones en su cuaderno, reúne pruebas, llama a periodistas para que le hagan notas y la “ayuden a visibilizar” el caso. Tiene una constancia supina. En su metro y medio y con un cuerpo que no supera los 50 kilos, carga el dolor por la muerte de su hijo, la impotencia que le genera certificar cada día que fue un homicidio por encargo del suegro de Braian y la incertidumbre sobre el futuro de Antonella, la nieta que la vincula a ese hijo que ya no está.

Vestida siempre de negro, el blondo artificial de su pelo planchado, las uñas esculpidas y maquillada. Luce impecable. “Tengo un centro de estética. A mis clientas las mimo y les transmito paz. Por ellas siempre tengo que estar bien”, explica por su apariencia minuciosamente cuidada mientras aspira una fuerte bocanada al cigarrillo que nunca falta.

El 31 de enero de 2019 Loredana se quedó con su nieta mientras Braian llevaba a su pareja y madre de la niña hasta la estación Victoria del Tren Mitre. Ese día era importante. Su hijo había alquilado un departamento en donde pensaba rearmar su vida luego de una batalla legal que le había impedido reconocer su paternidad. Sin saberlo, minutos más tarde sería la última vez que hablaría con él. La mujer mientras esperaba en la puerta de su casa con su nieta y algunos elementos de limpieza para usarlos en la nueva casa, quiso saber si le faltaba mucho: “Ma, estoy a cuatro cuadras”, le respondió.

Habían pasado las 8.40 de la mañana del jueves. La temperatura en San Fernando anunciaba un día más de intenso calor y de humedad por la cercanía al río. Braian, de bermudas de jeans y musculosa de algodón negra, manejaba por la calle Lavalle cuando a la altura de Ambrosoni algo le hizo detener la marcha y descender del vehículo. Hacía cuatro cuadras que Sofía, su pareja y mamá de su hija, había bajado del auto “corriendo” para no perder el tren. Siguió viaje, pasó lentamente obligado por el empedrado, por la puerta de la comisaría.

El auto de Braian quedó en marcha, “mal estacionado”, con balizas puestas, el estéreo en mute, el aire acondicionado encendido y la ventanilla del acompañante baja. No fue un robo: su celular y billetera estaban allí sobre el asiento que minutos antes había sido ocupado por su pareja.

Durante el juicio se pudo comprobar que ese día Braian era perseguido por dos vehículos y que le habían hecho “tareas de inteligencia” desde noviembre del 2018. El fiscal explica que uno de los imputados hizo una maniobra que obligó a la víctima a detener la marcha y descender del rodado. El otro imputado, que manejaba un Fiat 147, lo hizo poner de rodillas y le pegó dos tiros: uno en la cabeza y otro en la nuca.

Durante el juicio, uno de los testigos indicó que escuchó: “No, no, no” previo al primer disparo. En la audiencia, el tribunal le solicitó que represente esas palabras y lo volvió a repetir, esta vez actuando. En su voz el tono era de súplica. Loredana, con la cabeza gacha, hace un sonido: mezcla de llanto, rabia y murmuro. Acaba de escuchar cuáles fueron las últimas palabras que dijo Braian. “Suplicó por su vida”, dirá más tarde.

Ya no llores por mí

-Lore, vamos a caminar-, dice Ulises, el abogado de la víctima. Loredana tiene la mirada perdida, la respiración calma. Tarda en responder. Le devuelve una mueca, similar a una incipiente sonrisa y le dice: “Sí, pero quiero ver a Belisario pasar”.

Belisario Roswill Bolivar fue quien esa mañana del 31 de enero de 2019 acribilló a Braian. Es de origen venezolano, llegó a la Argentina en busca de trabajo y dinero para pagar “el tratamiento” de su hijo enfermo. Se hizo amigo de Zunino, el suegro de la víctima y hasta llegó a salir con la hija de éste a pedido del padre para “evitar” que regresara con Braian.

En una de las audiencias el camión celular que llevaba a Belisario pasó por la puerta de tribunales. Matías, hermano de Braian, asegura que el imputado lo miró y le sonrió. La escena se repitió en cada jornada del debate.

Ese mediodía sería la última vez que se cruzarían. Esta vez no era llevado por camión celular sino por una camioneta de la policía.

De repente el sonido de una frenada alertó a todos. Matías, con ambas manos apoyadas en el capot del vehículo que transportaba al asesino de su hermano, grita e insulta. Un efectivo intenta bajar. Con la puerta todavía abierta y una pierna al aire la camioneta acelera. Una botella de agua impacta en el vehículo, fue lanzada por Loredana.

Todo sucede muy rápido. El llanto, los gritos, se mezclan con el sonido del vehículo en marcha. Matías y Loredana se vuelven a abrazar.

El centro de San Isidro un viernes al mediodía es de mucho tránsito. Gente que va y viene. Sin embargo, todo parece quedar inmóvil. Allí, los únicos que continúan en movimiento son la familia y los amigos de Braian.

Uno de ellos detiene el auto en la puerta de Tribunales, impidiendo el paso del tránsito. Abre las puertas, la música comienza a funcionar en un tono alto. Todos se abrazan mientras reparten los globos blancos que sacaron del vehículo. Se escucha la canción Ya no llores por mí, del grupo Tercer cielo

Ojalá pudiera devolver el tiempo para verte de nuevo
Para darte un abrazo y nunca soltarte
Más comprendo que llego tu tiempo
Que Dios te ha llamado para estar a su lado
Así él lo quiso
Pero yo nunca pensé que doliera tanto

El café se enfría en la mesa. Lo pedí mientras fotografiaba la sentencia judicial y Ulises relataba los pasos que siguen: llevar a juicio al suegro de Braian.

Denise, amiga de Braian, sostiene un racimo de globos. Tiene piel de gallina. En su brazo derecho se lee con letra cursiva la palabra ‘fortaleza’. El tatuaje está en la parte posterior del brazo.

-¡Justicia!, grita Loredana con su voz ronca de cigarrillo.
-Te extrañamos gordo, dice Matías
-Te amo Bra. Te amo. No puedo hacer nada, completa Loredana

Mientras se escuchan los últimos acordes de la canción. Todos sueltan los globos y miran al cielo como despidiéndolos. El auto fue estacionado nuevamente liberando la calle para el paso del tránsito. Loredana se queda allí, rodeada de su familia. El juicio terminó.

Una parte de esa pequeña mujer quedó allí. A lo largo de los años y meses ha dedicado cada momento a investigar el homicidio de su hijo. Su enorme esfuerzo le permitió que los asesinos continúen presos y deban cumplir la condena de cadena perpetua. Sabe que no es momento de bajar los brazos, la tarea sigue. La justicia no llegó del todo.

“No puedo hacer nada”, dice y no se refiere al trabajo para poder tener justicia. Sus palabras refieren a que nada de lo que haga le va a permitir volver a abrazar a su hijo.

El sonido a piedra pisada recuerda que los autos avanzan por el adoquinado. En el bar los mozos comienzan a apilar las mesas y las sillas. Son casi las cuatro. A la vuelta los negocios continúan abiertos, la gente va y viene, pero allí, por la calle Ituzaingó, el movimiento parece girar en torno a los tiempos de Tribunales. La jornada ya terminó. El viento cálido anuncia que llegó la primavera.

El jacarandá en flor inunda de aroma y color celeste las fachadas de las viejas casonas que asoman y que nos alejan de la vieja estructura de hormigón en donde se imparte justicia.


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