Rama negra (Carlos Enrique Urquía)

by Sabrina Garcia | 24 noviembre, 2014 11:37 am

Las lanchas llevan todavía pegado


el turismo del domingo.

Son insectos flotantes

los huesos de la mecánica

sus hebillas.

Con los dos cuerpos y una sola carne

sembramos la memoria.

Una biología velocísima

nos teje con su chispa.

 

La primavera salta el horizonte

y cae en las islas.

Para no estar ni más acá ni más allá

tiene su taller en el durazno

vecino de tu boca.

Y nunca se va del todo

Pues ya ha dejado su poema

entre el río y las estrellas.

 

Las islas suben

por las varas del sudeste.

 

Las tres de la tarde

es un insecto pulposo y transparente

que anda por los ceibos.

Un momento de luz

gruesa y pesada.

Por la camisa

la transpiración.

El cielo corto y alto

entre ramas.

El agua tostada e inmóvil

una herida en la zanja caliente.

 

Desde el este

el sol regresa a las islas.

Flota en el fondo del agua

como un salvavidas sin hombre.

Estira desde adentro

la luz de las ciruelas

Golpea con sus banderas abstractas

en la mecánica del viento.

Mueve y arrastra las horas sin consideración

empujándolas contra las casas.

 

Salimos a pescar.

El bote sube y baja

en un balanceo antiguo.

Carnada roja

carnada blanca.

Las líneas se hunden

en el agua.

Vamos a buscar los bogas de vidrio

el patí de grises azaleas húmedas

y el pejerrey de pantalón listado.

 

La araña lustra su plato aéreo

su trampa mundial

su red de oxígeno.

Ha salido la niebla

como una tenaza intelectual.

Nos quedamos absortos

viendo atar sus cuerdas

en los puños del anochecer.

 

La luciérnaga que ha salido de tu pelo

y que toca la pluma del álamo

es un satélite.

El río se oculta y se aleja

por un instante apaga su protagonismo.

Las islas toman sus árboles

y los sacan de escena.

Detrás de nosotros

el Delta navega su silencio

con las geografías endurecidas.

Los hombres del mundo

desde el Rama Negra

miran el satélite.

Mil novecientos

sesenta y siete.

 

Está doblado hacia la muerte

hacia abajo

como un gran pescado podrido.

La piel con tábanos y moscas

los ojos sin dibujos ni colores

las manos lejanas.

El ahogado se llama López.

Tiene el tiempo coagulado en las piernas

una flor de camalote en la boca

y un hijo en San Fernando.

Hace un minuto apenas

Armstrong camina por la luna.

 

La tarde pasa entre los árboles

en un viaje abstracto.

Se inclina hacia la costa

bebe en los grillos y sigue.

El isleño entra y sale de ella

con la seguridad de lo muchas veces ensayado.

Pero la tarde no gira

ni vuelve ni contesta.

Solamente muestra su andar sin ruido

su pisada sin huellas.

 

La vieja madera de la mesa

cena con nosotros.

 

Oh estas islas de altos cortinajes

Los extensos aguajes comienzan en mi pecho

como una vocación.

Hasta ellos he llegado

desde el interior de los hombres.

Un actor que interpreta su sangre

en la aclamación de las mareas.

Las islas de cuellos húmedos

que cambian las alturas de la piel.

Cuando el sol se escapa de las lluvias

y deja sus pulseras en la hierba.

Ellas tienen sus asambleas y sus mantas

donde yo llamo con la poesía

esta gran ceguera de las palabras.

A veces desaparecen

es cuando solamente las ve el pecho.

Cuando se alimentan

y vuelven a la vida.

Los viajeros de anteojos oscuros

recorren sus orillas sin verlas.

Muchos hombres de distintos nacimientos

las han andado con pisadas ausentes.

Ellas espían desde sus mapas silenciosos

desde los envases del humus.

Pero mi poema las extrae y las muestra

mi poema que nunca retrocede.


Sobre el autor

Carlos Enrique Urquía[1]Carlos Enrique Urquía (1921 – 2003). Nació en Martínez el 2 de octubre de 1921 y residió desde los 4 años en San Fernando. Estaba casado con Lydia Nápoli, con quien tuvo un hijo, Carlos Pedro. Fue maestro rural en Clorinda (Formosa) y en la Escuela Técnica N° 1 de la tercera sección (Paraná Miní) de islas de San Fernando. Trabajó como director de Cultura y Prensa de la Municipalidad de San Fernando, fue fundador y director junto a José Isaacson de la revista literiaria “Amistad” y fundador de la SADE delta bonaerense.

Dentro de su obra dedicó 4 libros a nuestras islas:

Amistad en las islas (1957)
La cimbra (1961)
Rama Negra (1971)
Sintaxis del Ibicuy (2004)

 

Endnotes:
  1. [Image]: http://sanferna.wo01.wiroos.com/wp/wp-content/uploads/2014/11/10347161_1559511560950062_6904418111777093914_n.jpg

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