OPINIÓN
¿Quién dijo que es fácil borrar un pizarrón?
Por Berta Mazzini
El siguiente texto nos acerca a conocer una escuela desde adentro ¿Qué pasa en las aulas? ¿Cuáles son los problemas? ¿Cómo se da clase en este momento difícil para la educación pública en Argentina? ¿Por qué se han naturalizado las precarias condiciones de infraestructura? Una cronista de San Fernando Nuestro dialogó con un profesor de la secundaria N° 26 quien le describió los problemas a la hora de borrar un pizarrón (que no es tal), y en su relato se refleja la vida cotidiana de alumnos y docentes. Esto sucede en una institución, pero la propuesta es imaginar y recolectar otras crónicas, otros problemas, otros sueños de los espacios educativos de San Fernando.
El encuentro sucede un martes. El profesor me cuenta que si tuviera que elegir un día ideal para dar clase, este sería el martes. El fin de semana queda definitivamente atrás, todavía no hay planes concretos para el siguiente y no se ven signos de cansancio en él ni en sus alumnxs. Me cuenta que el martes es el día en que hay que explicar un tema nuevo y si algo sorprendente sucediera en el aula, es muy factible que sea un martes.
-Bueno jóvenes, hoy vamos a repasar lo que estuvimos viendo sobre lenguaje audiovisual. Saquen sus carpetas así charlamos sobre el documental que vamos a hacer.
No hay rostros de hartazgo en el sexto año de la EES 26. Estamos en Gandolfo 5241, a dos cuadras de la Avenida Avellaneda y la calle 24 en Virreyes. Los auriculares se despegan de las orejas, los celulares se guardan por unos minutos y las carpetas se abren. Por la ventana se ve la pelea entre el sol y las nubes para ver quién será el protagonista de la tarde.
-Voy a empezar a copiar en el pizarrón los puntos princip…
El pizarrón está escrito. Eso no debería ser un problema, pero aquí sí lo es. En primer lugar porque no hay un pizarrón tal cual se lo conoce universalmente. Acá se le dice “pizarrón” a la parte trasera de la puerta y a un espacio de la pared que han sido lijados y pintados con pintura negra. Al parecer era una medida transitoria para que un espacio de archivo se convirtiera en aula y cobijara a los nuevos cursos que permitió la transformación de la escuela en 2017 de ESB (Escuela de secundaria básica, con 1° y 2° y 3° año) a EES (Escuela de educación secundaria, con la inclusión de 4°, 5° y 6° año con las orientaciones de teatro por la mañana, y comunicación por la tarde). La transición sigue hasta hoy, año y medio después, y tanto a profes como alumnxs les cuesta decirle cariñosamente “pizarrón”.
En fin, hay que borrarlo. Lo primero es buscar un borrador, lo que implica salir del aula e indagar en la preceptoría. El viaje invita a agarrar también un par de tizas. Hay dos frascos grandes que debieran contener decenas de ellas. El de las blancas está vacío, y el de colores, casi. El profe no recuerda haberlos vistos llenos en mucho tiempo, pero agarra media tiza roja y media tiza verde. Sobre una repisa descansan dos borradores con muchas batallas encima. Le pregunta a una de las preceptoras:
-Prece, ¿alguno de estos borra todavía?
-Y, fijate, creo que no. El de 5° sirve.
La profe de 5° año está ingresando al aula con un DVD y varias películas. Parece que la tele de tubo volverá a encenderse.
-Profe, me llevo el borrador, ya te lo traigo.
El novato y el pizarrón están a punto de encontrarse, pero surge otro problema: la puerta está cerrada. Golpea. Unos instantes después un alumno abre con una tijera en la mano. No se trata de ningún tipo de amenaza hacia el docente, la tijera oficia de picaporte y llave a la vez. El aula de sexto y también las aulas de otros años se abren con tijeras, y el estudiante que se siente más cerca de la puerta oficiará de encargadx.
Bromean, pero también se entristecen por naturalizar esta situación. Como el hecho de no tener gas por haberse encontrado una pérdida y que no haya un plan de obras para solucionar la pérdida ni que tampoco haya certezas para la construcción de un espacio educativo decente para pibes y pibas. Las muertes de Sandra Calamano y Rubén Rodríguez en Moreno todavía duelen, pero al contrario de lo que se suele pensar, no han cambiado nada. Para el gobierno provincial todo sigue igual, y en esta escuela se enseña con filtraciones en los techos, sin plan y simulacro de evacuación, con una salida de emergencia convertida en aula, sin desratización, sin limpieza de tanque de agua, con artefactos rotos en los baños y con la certeza de que con el correr de los días de la primavera, el nido de murciélagos en el baño de hombres se volverá a instalar.
Ya en el aula otra vez, el profe reconoce la letra de otro colega en el “pizarrón” y borra los restos de una explicación sobre las “instituciones disciplinarias” que describe Foucault. Arrancan a planificar su documental, que nos será otra cosa que contar cómo viven el día a día en su escuela. Definen roles y tareas para la semana próxima y hablan también de un fanzine que están armando entre todos los profes de la orientación de comunicación. Antes de arrancar una alumna pide ir al baño, al parecer siempre suele hacerlo porque se suele sentir encerrada en ese archivo reconvertido en aula.
Es martes y la clase transcurre con participación, buena onda, mates, sonrisas y tareas varias.
-Profe, ya es recreo, le avisa la preceptora luego de abrir la puerta.
Llegó la hora de despedirse, pero a la izquierda de la pared (perdón, del pizarrón), una frase lo detiene. Son los restos de la explicación de Foucault: “Las cárceles, los hospitales y las escuelas presentan similitudes porque sirven para la intención primera de la civilización: la coacción”. Sonríe.
-Nos vemos jóvenes, ¡hasta la semana que vieneeee!