by Sabrina Garcia | 5 noviembre, 2017 1:56 pm
Domingo Faustino Sarmiento, Carlos Warnes, Marcos Sastre, Haroldo Conti, Roberto Arlt y Xul Solar no sólo se inspiraron en sus islas, su vegetación y sus ríos.
1. La casa de Sarmiento
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El prócer sanjuanino se jactaba de ser el descubridor o inventor del Delta, al que imaginó convertido en un paraíso productivo al estilo del delta del Mississippi, que lo había cautivado durante sus andanzas norteamericanas. Aquí trajo las primeras nueces pecán y plantó la primera varilla de mimbre; aquí también recibió una casita -regalada por un amigo- a la que llamó Procida, como la isla frente a Nápoles, en tanto el puentecito vecino recibió el nombre de Rialto. Raras reminiscencias europeas para una tierra americana como pocas, que hoy conserva todavía esa casa bajo una caja vidriada, donde pueden verse objetos que pertenecieron a Sarmiento en el Consejo Nacional de Educación. La construcción original tenía paredes de sauce colorado y techo de paja, que luego se reemplazó por teja francesa; la reconstrucción actual se hizo en madera de timbó, la misma que usaban los guaraníes para tallar sus canoas. Las impresiones de Sarmiento sobre el Delta pueden leerse en El Carapachay, escritos publicados en el diario El Nacional y luego reunidos en forma de libro. Al lado de la casa-museo, al que se llega en lancha colectiva y en los paseos literarios que organiza Tigre, funciona un centro cultural.
2. Aquí vivió César Bruto
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César Bruto hizo de las faltas de ortografía, la ironía y el humor su marca de fábrica. Pero César Bruto era en realidad el periodista y escritor Carlos Warnes, popularísimo durante años por la gracia y el desparpajo de sus escritos, que Julio Cortázar puso al nivel de Macedonio Fernández. Guionista de Tato Bores, y autor de desopilantes crónicas de viaje, un día César Bruto se compró una casita entre estas islas y ríos “color dulce de leche”, como lo llamaba Victoria Ocampo. La bautizó Aymará y hoy es un pequeño museo situado detrás del restaurante Alpenhaus, que incluye un complejo de cabañas de estilo tirolés, y se lo puede visitar para recordar la obra del escritor a través de fotografías, recortes de diarios y algunos escritos donde declaraba sus ambiciones: “Mi ilusión es no trabajar más. De qué voy a vivir no sé. Supongo que me las rebuscaré de algún modo. Quisiera irme a mi rancho del Tigre”, decía, ya entregado al famoso mal del sauce, que invita a quedarse en este laberinto acuático.
3. El Tempe Argentino
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“El delta del Paraná está comprendido entre varios brazos denominados Paraná de las Palmas, Carabelas, Paraná Miní, y Paraná Guazú, por los cuales desemboca en el Río de la Plata. Es un vasto triángulo isósceles envuelto por el Paraná, el Uruguay y el Plata, que presenta a estos dos últimos su base de unas quince leguas, con una altura que no bajará de treinta, y cuyo vértice está enfrente de la Villa de San Pedro. Este es el territorio insular, que, careciendo de nombre, he querido designar con el de Tempe Argentino”. Con este mismo título Marcos Sastre, escritor argentino nacido en Uruguay, publicó en 1858 un libro -a medio camino entre estudio romántico y científico de la región- que se convirtió en un auténtico best seller de su tiempo, gracias también a numerosas ediciones escolares. El paseo literario del Delta llega hasta su casa, también identificada con el cartelito El Tempe Argentino, sobre el arroyo Gélvez en su intersección con el Espera.
4. Lo de Haroldo Conti
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El refugio del autor de Sudeste se encuentra sobre el arroyo Gambado y Leber, no muy lejos de la Estación Fluvial de Tigre. Fue convertido en un museo y centro cultural que atesora los recuerdos del escritor, desaparecido en la última dictadura: entre ellos algunos libros, cuadros, instrumentos de navegación, además de dos espacios que le están especialmente dedicados, el Rincón del Escritor y la Biblioteca de la Memoria. La casa está en medio de la vegetación y hay que llegar primero en lancha colectiva y luego caminando por la isla, donde María del Carmen Bruzzone -hija de un amigo de Conti que se hizo personaje en sus obras- oficia de guía y encargada del museo. En la planta baja se encuentra la antigua cocina económica y otros objetos de la vida cotidiana; en el primer piso, el living, un cuarto que mantiene el decorado original y una biblioteca. Por aquí pasaron muchos escritores de la generación de Conti, especialmente Rodolfo Walsh, que habitó también una casa en el Delta: una antigua foto los muestra a ambos de espaldas y mirando hacia el río.
5. En la obra de Arlt
“Cada vez que se escribe sobre el Delta, la triple asociación de las palabras isleño-fruta-canoa produce en el lector no informado la impresión de que el articulista se dispone a tratar los problemas de una región extraña, donde el hombre aún vive en estado primitivo”. Así empieza Roberto Arlt “La vivienda del isleño”, una de las Aguafuertes del Delta que el escritor abordara durante ocho días de diciembre de 1941. Aunque no haya una casa suya por visitar, su presencia es constante durante un paseo literario: según se cree, Arlt paró un tiempo en el Recreo Tres Bocas y fue habitué de la vida nocturna del Canal de San Fernando. En el mismo año de las crónicas sobre el Delta, escribió una carta a su mujer afirmando desear que sus cenizas fueran esparcidas en la confluencia del río Capitán y de Abra Vieja. Su familia y amigos cumplieron su voluntad en 1942, un mes después de su muerte.
6. El rincón de Xul Solar
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En 1954, el artista sanfernandino Xul Solar compró una casita en Villa La Ñata para escaparse, cada tanto, de Buenos Aires con su compañera Lita. Era un gallinero que restauraron jugando con paciencia. Lo primero que hicieron fue un baño en el segundo piso de esta pequeña torre de yeso. Abajo quedó un ambiente donde todavía están los viejos sillones de jardín. Arriba armaron el atelier de Xul con un pequeño anafe y tres habitaciones: una para los invitados y dos para la pareja, que dormía en camas separadas por una puerta que solamente del lado de Lita se puede cerrar. Xul tenía 67 años y su deseo de estar en contacto con la naturaleza empezó a soplar con fuerza. Iba a la casita del Tigre una o dos veces por semana hasta que la ecuación se invirtió en 1957 y por el resto de sus días. Li -Tao fue el nombre que le puso en honor a su compañera y a la filosofía taoísta.
Fuente consultada: La Nación y SFN
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