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Un bombero para Margot

Un bombero para Margot

Por María Florencia Iñiguez

Cuando mi marido por fin se fue y me quede libre pero sola, la casa se sintió vacía, las habitaciones enormes y desiertas y las noches eternas y silenciosas. Mi corazón quedó con un dolor latente que cabalga sobre sus frágiles latidos. Mi rutina era lamentarme y preguntarme por qué no había podido ser feliz. Entre angustia y desconsuelo giraba mi vida. Hasta que un día una vecina me sugirió ir con ella a un centro de jubilados llamado Guardia Vieja. No estaba muy convencida, pero acepte ir en esa tarde de lluvia.

El club era confortable y se sentía cálido. Allí encontré a mi mejor amiga Doña Consuelito que con sus juveniles ochenta y nueve años derrochaba alegría. Hacíamos muchas actividades como leer, tejer, mirar películas y los sábados de baile. Mi rutina había cambiado y mi corazón volvería a sentir el mismo amor que sintió a los veinticinco.

Me presento. Me llamo Margot Ledezma o Fueguito como me decía mi padre porque de pequeña era un cortocircuito con patas por mis múltiples travesuras que en cualquier momento desataban un incendio.

Y así pasaron los años y la pequeña Margot apagó su carácter rebelde para convertirlo en sumiso y dependiente sometido por un amor machista y controlador. Me casé a los dieciocho años y me mudé a una casa moderna en el centro de San Fernando, con el anhelo de ser feliz. Pero cuando te casas por capricho y no por amor las cosas no salen bien, y ese matrimonio se convirtió en un infierno lleno de golpes, gritos y humillaciones pues el ansiado bebe no llegaba.

Yo sufría en silencio al ver que mis primas ya iban por su tercer hijo y yo no podía ni embarazarme del primero. Creía que estaba fallada, que era un castigo de la vida por mis travesuras de niña o que mi esposo tenía un problema de fertilidad y yo no lo sabía. Y así por varios años viví entre la culpa y el castigo por no poder ser madre. Hasta que un día la mentira cayó por su propio peso. Aún recuerdo ese fatídico día, mi esposo estaba mirando el boxeo con su amigo en el living de mi casa, cuando escucho la declaración que hizo trizas mi vida. Aquel hombre que me golpeaba, gritaba y humillaba por no poder embarazarme, era estéril a causa de una enfermedad que tuvo de niño.

Recuerdo gritarle, maldecirlo y decirle que me marcharía de la casa. También recuerdo su cara desencajada, sus ojos llenos de furia y sus hirientes palabras diciéndome que me vaya, que una mujer sola no llega muy lejos y que sería una loca más que se queda sin marido.

Lejos de amedrentarme salí corriendo y me fui de la casa sin más posesión que la ropa que llevaba puesta. Fui caminando hasta Coelho y de allí bajé hacia el rio, quería suicidarme, acabar con todo, dejar atrás esa mentira. Unos pescadores me vieron y llamaron a la policía. Junto con ellos llegarían los bomberos.

Esperanzo Zubeldía fue aquel valiente bombero de gentiles ojos azules que cumpliendo con su deber me había salvado la vida.

Decidí no volver a la casa y me mudé a una pensión a metros del Canal. Pensión en la que también vivía ese bombero que días atrás había conocido. Decir como empezamos a salir sencillamente no lo sé, pero al cabo de un mes yo ya vivía con aquel hombre que se convertiría en el bombero de mi vida. Fue el tiempo de una felicidad absoluta, pero que se terminaría por las presiones constantes de sus padres y de los míos, pues yo no dejaba de ser una mujer casada, que avergonzaba a la familia.

Fui obligada a volver con mi marido. Y así pasaron los años viviendo en un matrimonio rutinario y aburrido, pero gracias a otra mujer un día terminaría. Pasaron un par de años más, hasta que llegué a ese centro de jubilados.

Y así fue que un sábado cualquiera bailando con doña Consuelito vi entrar por esa puerta a mi amado Esperanzo, que al ingresar me miró fijamente con esos mismos ojos gentiles en los que me refleje hace casi cuarenta años atrás.

Doña Consuelito me miró y me dijo:

– Margot querida, ese hombre que acaba de entrar que sonríe y viene hacia acá, se llama Esperanzo Zubeldía, es un bombero retirado, viudo y al igual que vos no tuvo la dicha de tener hijos. Tienen historias similares. Así que te lo quería presentar.

Sobre la autora

María Florencia Iñiguez, tiene 40 años, vive en San Fernando.

“Toda mi vida viví acá, primero cerca de Las Tropas, con mi mamá, y hace tres años que vivo en esta zona. No me voy más de San Fernando, soy muy de San Fernando y no me imagino viviendo en otro lugar. Es mi lugar en el mundo y no me imagino viviendo en otra localidad”, dice.

Y agrega: “Escribo desde que era adolescente, como pasatiempo y un día participé en el colegio. Fui al Artigas. Siempre tuve como un miedo, a que se conozca lo que escribo, el qué dirán, qué van a opinar. Por eso durante todos estos años tuve etapas donde escribía y donde no escribía. Hace tres años me mudé a vivir sola, empecé a escribir un poco más y participé, en pandemia, en un concurso que había de relatos”.

“Estoy estudiando coach ontológico profesional, tomé sesiones de coaching y pude como desbloquear ese miedo que yo tenía de que alguien más viera lo que yo yo escribía. Entonces me anoté en los talleres de la Biblioteca Rómulo Naón, estoy en un taller de escritura creativa y en taller de poesía. Me gusta mucho escribir relatos gracias a los profes, al grupo y a la biblioteca que me ayudaron muchísimo”, completa.

La obra según su autora

Cuando vi el concurso (de San Fernando Nuestro) me animé y participé. Era como como romper ese paradigma, ese miedo.

Lo que me impulsó a escribir ‘Un bombero para Margot’ básicamente es el amor. Quería darle una connotación de que la vida no es fácil, que a veces por ahí se llega a una edad en donde no se es tan jovencito, más adulta, en este caso tercera edad y que nunca tiene que perder la esperanza en el amor. No hay edad para el amor, no hay tiempo para el amor. Que quizás cuando tenías por ahí veintipico por ahí ese amor, no se pudo dar, pero que la vida te puede dar una nueva oportunidad. Creo mucho en que la vida te da revancha y que por ahí la pasaste muy mal, por ahí sufriste mucho, pero que llega un momento donde la vida te da esa felicidad que tanto te mereces.

También quería marcar una realidad de muchas mujeres que viven por ahí en un matrimonio o en una pareja y sufren violencia de género. Margot vivía en un matrimonio atormentado por la violencia. Después pudo conocer ese amor, ver que había una vida diferente, que no se tenía que conformar con esto y que tardó, pero el amor se hizo realidad. La vida a pesar de todo lo malo siempre nos da una revancha y nos da una oportunidad de poder ser feliz.

*El presente cuento obtuvo mención en el certamen ‘Te cuento San Fernando’ que organizó San Fernando Nuestro al cumplir el décimo aniversario del medio. La obra forma parte del libro digital que recopila las obras preseleccionadas en los concursos de fotografía y relatos breves. El trabajo se puede descargar en forma gratuita desde el siguiente link


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