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Especial Malvinas: Jorge Barrera y su experiencia en la Marina
Por Valentina Frare
Desde San Fernando Nuestro conversamos con algunos de los veteranos de nuestra ciudad para conocer más sobre cómo vivieron el antes, el durante y el después de la Guerra de Malvinas.
Jorge Barrera tiene 60 años. Espontáneo y divertido, tiene la capacidad de rememorar y compartir su experiencia en Malvinas con detalle.
Acerca de su vida antes de Malvinas, recuerda: “Vengo de una familia laburante, si bien tenía las posibilidades de seguir el secundario, no quise hacerlo entonces empecé a laburar. Trabajé desde muy chico: en una mimbrería, en una veterinaria, en un supermercado, en una zapatería. Hasta que salí sorteado”. Recuerda que estaba en el colectivo cuando lo escuchó. Su documento con terminación 942 fue asignado a la Marina. Luego, realizó dos meses de instrucción en Parque Pereira y lo enviaron rápidamente a Río Grande, Tierra del Fuego.
De sus tiempos en Río Grande, rememora el frío que sintió la primera vez que llegó: “Te vas de Buenos Aires con un clima más o menos; allá soplabas y salía humito. Apenas llegamos, grito de cuerpo a tierra y veía los hielos con punta. Fue terrible por el clima”. Barreda siente que esa sensación lo acompaña hasta el día de hoy: “Odio la nieve porque un día estuve 24 horas tirado cuerpo a tierra y al principio te sacas la nieve pero después no toleras el frío. Veo la nieve y odio. Cuando nevó acá, en julio del 2007, automáticamente me enfermé”.
De su estancia en Tierra del Fuego comenta: “Nos instruyeron con balas de verdad, simulando el combate cuerpo a cuerpo o el ataque de un enemigo con bombas. Nunca vine de licencia, me fue a visitar mi mamá para fin de año. Desde el día que nos enteramos el 2 de abril dormíamos con el fusil, el casco, había simulacros de bombardeo e íbamos a la plaza de armas”.
Su batallón viaja a Malvinas el 8 de abril de 1982. “Nos quedamos ahí en el aeropuerto a bajar municiones. En cuanto a la experiencia hubo una diferencia muy grande entre lo que era Marina con Ejército”. Barreda ilustra claramente la alimentación de Marina en Malvinas: “A la noche nos daban una cajita, una ración Coi -para el Colimba- y ahí venía un sobrecito de café con leche, pastillita de alcohol, una latita para prender y calentarlo, tres paquetitos de exprés de cuatro, tres jalea de Panacoa de naranja o durazno y a parte venía una lata que podía ser mondongo, albóndigas, lentejas. Nosotros jamás pasamos hambre. Hasta el 13 a la noche que nos tiraron latas de dulce de batata en pleno bombardeo”. En contraposición sostiene que después se enteró que para esa fecha “ya había muchachos de Ejército que estaban muertos de hambre”.
Un día su batallón cayó prisionero y Jorge recuerda que tenía en su bolsillo un montón de cartas y una virgencita: “Le decía ‘cartas’, que eran de mi mamá. Como en mudo le hablaba. Me las querían quitar. Y le muestro la virgencita. Me las dejó”.
Al consultarle sobre la vuelta a San Fernando, recuerda fielmente: “El primero de julio me bajé en Virreyes y me vine caminando todo por la Garibaldi. Cuando mi papá me vio me tocaba para ver si me faltaba algo y al otro día me llevó al hospital. Los padres no estaban preparados. Mi viejo nunca me preguntó nada, jamás en la vida”.
Como muchos ex combatientes Jorge recuerda un período de profunda depresión en su vida: “De adolescentes pasamos a ser hombres. A la vuelta entré en una depresión de 15 días que me encerré, no quería ver a nadie. Ahí vino a visitarme un compañero de San Fernando que estuvo conmigo en Malvinas, no se qué me dijo él y al otro día me fui a trabajar”.
A Barreda le otorgaron una medalla del “valor en combate” por haber salvado a un cabo y llevar heridos en combate: “La tenía ahí guardada, nunca le di el valor que realmente tenía. Creo que fue en el año ’99 que le empecé a dar valor a la medalla”.
El centro de excombatientes de Malvinas de nuestra ciudad cumple 24 años. En ese sentido, Barreda reconoce: “Somos un grupo de casi 15, 20 que siempre estamos juntos. Es así la hermandad. Este trabajo lo empezó en el primer año Luis (Andreotti), la verdad que en las dos gestiones que tuvo con nosotros se portó… fue uno de los mejores intendentes que nos empezó a reconocer”.
Eventualmente participa de charlas en instituciones educativas, compartiendo su experiencia con las nuevas generaciones: “Hay pibes de 16, 17 años que no les importa nada, están con el teléfono. Yo soy en ese sentido muy calentón y me pongo nervioso y les digo que a todo aquel que no le interese escucharnos, que se vaya. Algunos te sorprenden para bien porque te escuchan. Yo antes de hablar les digo lo único que les pido es respeto y silencio”.