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Especial Malvinas: Daniel Vega y todo eso que significó volver

Especial Malvinas: Daniel Vega y todo eso que significó volver

Por Manuela Herrera

Desde San Fernando Nuestro conversamos con algunos de los veteranos de nuestra ciudad para conocer más sobre cómo vivieron el antes, el durante y el después de la Guerra de Malvinas.

Una lista corta pero precisa sobre Daniel Vega podría ser algo así: hombre de volumen bajo y presencia dulce; veterano que formó parte del área de Comunicación en Malvinas; bueno elaborando recuerdos, contándolos, detallando el devenir de las cosas.

Si lo hubiésemos conocido antes del año 1982 el segundo dato estaría de más, pero podríamos haber agregado a la lista otro: futuro mecánico. Las cosas cambiaron después de Malvinas.

– Yo estaba haciendo el secundario, medio atrasado y trabajaba con mi viejo. Obviamente mi idea era terminar el secundario y estudiar algo más, mecánica o algo relacionado a los vehículos. A medida que entré en la colimba… uno va cambiando la cabeza, madurando, viendo las cosas más seriamente. Cuando me convocaron a Malvinas cambió la historia totalmente.

Daniel cuenta el después. Nombra sucesos tristes, pero lo hace sin tristeza. Su narración es distinta: simple, propia. Cuenta el después mientras toma agua, con la chomba de los Ex Combatientes de San Fernando puesta, rodeado de tres de ellos -Darío, “Chiqui”, Jorge- desde el Centro de Ex-Combatientes de la calle Avellaneda.

“Cuando volví no era que no sabía quién era, pero se me habían caído todos los proyectos. Mis viejos se habían mudado, ya no tenía mi lugar, parte de mis cosas se habían perdido en la mudanza. Fue difícil armar una nueva vida. Estaba totalmente aislado, no estaba preparado para recibir gente. Estaba de novio y no pude seguir con la relación que tenía; tampoco podía explicar por qué. Yo seguía viendo al papá de mi novia -que era un comerciante de la zona- y me ofreció parte del negocio para que trabaje y viva, pero no pude. Veía a mi novia y sentía un rechazo hacia ella, había días que no la recibía y así me fui aislando mucho tiempo. Los psicólogos no tenían conocimiento suficiente del tema”, comenta.

Pero Daniel también recuerda el durante. Comparte al respecto:

“A nosotros nos distribuyeron a la isla: diez soldados para custodiar radares y custodiar a la gente que había intervenido la línea telefónica. En esa época era un carretel de cable, un soldado de cada lado y a caminar. Y después teníamos vehículos con antenas largas. Yo manejaba con un soldado y el terreno era muy difícil, muy fangoso. Cuando no podíamos transitar teníamos que bajar y cargar todo a hombro, cada dos soldados una caja de municiones, con granada, bolsa de rancho y todo un equipamiento”.

Y sigue recordando: “Se nos cortó la comida el primero de mayo. Lo que teníamos llegó un momento en que se acabó y ahí tuvimos que empezar a improvisar. Salir a recorrer granjas. Como yo trabajé en granjas tenía experiencia para matar animales, para carnear. Enfriábamos al costado del mar. Estuvimos así más o menos desde el 10 o 15 de mayo hasta el 14 de junio”.

En ese durante encuentra el motivo concreto que lo hace considerar la opción de volver a visitar la isla cuarenta y un años después:

“A veces tengo dudas de ir, estar en el cuartel general donde yo estaba, donde perdí un amigo. La única baja que tuvimos la tuvimos ahí. Ese es el único motivo por el que me gustaría volver. Yo era el chofer y comisionista y el muchacho era amigo mío, también era comisionista y chofer. En la colimba estuvimos efectivamente juntos y le tocó quedarse allá. Dieron la alerta roja para salir, no sé qué volvió a buscar y cuando nos dimos cuenta había un bombardeo aéreo y voló todo, no quedó nada, un bombardeo muy grande, unos huecos de 10 metros de diámetro por 3 de profundidad. Seguramente está prohibido ir, a los lugares de bombardeo no se puede ingresar. Se puede ir al cementerio, pero tuvimos muchos bombardeos. Hay mucho campo minado que queda todavía, en las costas”.

El rol de sus viejos apenas volvió de Malvinas también lo recuerda. “Nuestros viejos trataron, más que de preguntarnos, de sacarnos adelante. Que durmamos bien. Yo fui soltero y mi vieja andaba atrás mío igual que mi viejo”, dice.

Y continúa: “Después, al estar mal psicológicamente, me fui queriendo independizar. Me molestaba que anden atrás mío y yo creo que eso un poco les habrá molestado. Me casé en el 85. Pero yo quería irme a tal punto que vendí una camioneta que adoraba para comprarme una casa en Pacheco. Me casé y me fui esa noche a vivir solo. Tenía un Fiat 600, ya antes de la fiesta cargué todo ahí y me fui. No tenía mucho. Y después me iba al fondo, era un terreno grande, muchos árboles, plantas frutales, y estaba allá solo”.

Acá a modo de cierre quiero agregar un dato a la lista del principio. Una primera opción podría ser la siguiente: a Daniel las sirenas le siguen haciendo acordar a la sirena de alerta roja que escuchaba en las Islas y le ponen la piel de gallina.

Pero en lugar de eso prefiero elegir otro dato menos puntual que contrasta con esa imagen de Daniel sin compañía en el fondo de su casa. Hijos, familia, un grupo de veteranos con quienes comparte charlas y asados una vez por semana; todo ello deriva en lo que personalmente es mi dato preferido de la lista: Daniel ya no pareciera querer estar solo.


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