5 mitos sobre la Revolución de Mayo

by Sabrina Garcia | 25 mayo, 2016 12:01 am

Florencia Oroz[1]


Por Florencia Oroz*

El 25 de mayo es una fecha clave para la historia argentina, constituye ni más ni menos que el hito fundacional del relato de cómo nuestro país se volvió nuestro país. Desde muy chicos aprendemos sobre la Primera Junta, el Cabildo, Belgrano, la escarapela, Napoleón, la famosa máscara de Fernando VII (que no era de Fernando sino de los criollos) o las disputas entre Moreno y Saavedra.

Pero esta historia no escapa a la suerte de otras tantas, y los mitos, esas imágenes construidas a posteriori con el fin de terminar de darle forma a un relato ya masticado para el consumo masivo, una suerte de fastfood de la historia, abundan donde quiera que se mire.

1. Arranquemos por el que quizás sea el más discutidode todos. Los famosos paraguas a las puertas del Cabildo, imagen eternizada por Ceferino Carnacini en su obra de 1938 “El pueblo quiere saber de qué se trata”. ¿Llovía el 25 de mayo de 1810? Y si llovía, ¿había paraguas en el Río de La Plata? Hoy es un lugar común afirmar que no, que no había paraguas en el Buenos Aires colonial, que la pintura está errada, que es anacrónica. ¿Seguro? Quizás no tanto…

La verdad es que sí había paraguas en el Buenos Aires colonial. Oriundos de Londres (difícil imaginar una ciudad que los necesite más) e importados desde Buenos Aires, eran por aquellos años el último grito de la moda, aunque claramente no constituían un artículo de consumo masivo.

La prueba la encontramos en el Museo Histórico Nacional, que expone en una de sus vitrinas un paraguas propiedad de un cabildante anónimo. Con un mango de marfil y tela marrón, llevaba estampado un escudo con el perfil de Fernando VII, el rey de España capturado por Napoleón.

2. Otro punto tan discutido como el anterior son las famosas cintitas que French y Beruti repartieron en la plaza el día 25. El relato presenta a estos dos personajes repartiendo cintas blancas entre los asistentes al Cabildo el día 22 de mayo, para señalar que recién el día 25 se incorporaron las de color celeste. De modo que la multitud (que no era tal) reunida alrededor del Cabildo ese 25 ostentaría cintitas con los colores de la escarapela, en una suerte de presagio divino o sobrenatural que viene a dar firmeza a los hechos políticos.

En historia, si de algo hay que desconfiar es de los relatos que cierran demasiado bien. Lo cierto es que estas cintitas no eran ni celestes ni blancas, sino azules y rojas, colores de la casa de Borbón (la de Fernando VII) y de la Corona española. La escarapela con sus colores vendría después, en marzo de 1811.

3. Lo interesante es el otro mito que se desprende de esta historia: el de un 25 de mayo armónico, sin tensiones, con cintitas de colores a modo de guirnaldas decorativas de una recién estrenada soberanía nacional.

Lejos de esta historia estilo Billiken, lo que en realidad hacían French y Beruti con las famosas cintitas era identificar a los asistentes que estaban a favor del reemplazo del Virrey por la Junta de Gobierno. Se repartían en la plaza porque el acceso al Cabildo estaba fuertemente custodiado, en miras de sólo dejar acceder a aquellos individualizados de antemano como simpatizantes de la causa revolucionaria.

La violencia no aparece en el relato oficial de la Revolución de 1810, o se muestra sólo a propósito las tensiones personales entre los líderes del Cabildo. Nada más alejado de la realidad. La revolución de mayo fue posible, entre otros factores, porque las armas no fueron empuñadas en función de un interés personal, sino utilizadas de forma social en defensa de un proyecto que, en tanto criollo, fue un proyecto de clase, un proyecto liberal y burgués, con todas las tensiones que esta definición clasista acarreó.

4. Un cuarto mito tiene que ver con la extensión de estos sucesos de mayo. El relato más difundido tiende a presentar al 25 de mayo como el día en el que “nace la Patria”, una fecha que marcaría un antes y un después en la historia del país. Sin embargo, poca mención se hace al rol que le cabe en este relato del “nacimiento de la patria” al resto del país.

Como dijo una reconocida historiadora, a partir de 1811, todos los 25 de mayo “Buenos Aires se festeja a sí misma”. Los Cabildos del interior se van enterando lentamente de la formación de la Primera Junta. Algunos, como el de Córdoba, se resisten a aceptar el nuevo orden. Otros, como el de Mendoza lo aceptan, aunque la noticia le llega recién un mes más tarde.

El 25 de mayo es, entonces, un fenómeno esencialmente porteño. La construcción de una identidad nacional no termina sino que comienza en esa fecha. A partir de mayo de 1810 se librará una batalla encarnizada entre Buenos Aires y el interior, entre el puerto y las provincias, por definir la primacía en el nuevo orden social.

5. Una última cuestión muy extendida gira en torno al punto de partida para esta historia. Por lo general el relato comienza el día 18 con el anuncio de la caída de Andalucía en manos francesas y termina el 25 con la formación de la Primera Junta de Gobierno.

Sin embargo, así como el 25 de mayo no se entiende aislado de toda esa semana, mayo de 1810 tampoco se entiende aislado de un suceso clave para esta historia: las invasiones inglesas. Es en esos episodios donde debemos rastrear el verdadero quiebre social y político para la historia de la independencia argentina.

Las invasiones inglesas van a dejar a Buenos Aires con casi 8.500 hombres armados en las milicias. Estas milicias no se disuelven tras la expulsión de los ingleses, sino que sobreviven hasta convertirse en factor clave en los sucesos de mayo.

El Buenos Aires de 1810 contaba con una población de casi 40 mil personas. Si tenemos en cuenta que de esas 40 mil, 8.500 estaban organizadas y armadas, el proceso en su conjunto se entiende mejor. Es como si hoy hubiese en la Ciudad 850 mil personas organizadas en ejércitos populares armados, que discuten política y eligen a sus líderes de forma asamblearia.

(*) Florencia Oroz. Historiadora. En Twitter @Flor_Oroz

Nota publicada en el portal Notas periodismo popular

Endnotes:
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